viernes, 23 de julio de 2010

SALSA DE TOMATE

Estoy parado en la puerta de la cocina, la luz lo invade todo y el aroma a comida compite con ella, el ambiente es cálido y húmedo.
Silvia trabaja ante las hornallas, una pava, una sartén y una olla cuyo contenido remueve con la cuchara de madera. Me acerco a ella en silencio por detrás, su cabello cae liso sobre los hombros, el moño del delantal es perfecto en su espalda a la altura de la cintura. En un instante la sorprendo y la alejo del fuego.
La olla contiene salsa, me llega el perfume de las hierbas, el ácido del tomate, burbujea y salpica a la cocina, se vuelca, el fuego está demasiado fuerte, la pava comienza a chillar con un pitido sordo y agudo, el vapor se escapa recto desde el pico, la sartén humea, el aceite que contiene se está quemando, todos los fuegos están fuertes, pero no puedo bajarlos, mis manos están ocupadas.
Su cuerpo deja de convulsionar y entonces bajo la mirada y la clavo en sus ojos desorbitados, la cuerda dejó profundas marcas en su cuello, sus brazos cayeron y ahora mis manos pueden relajarse y soltar la cuerda para apagar las hornallas.